domingo, 1 de julio de 2007

La barca de la vida

–"Bueno, lo primero que hay que decidir es qué vamos a llevar. Tú, J., coge un papel y escribe, y tú, George, saca el catálogo de ultramarinos, y que alguien me dé un lápiz que voy a hacer una lista".

Así es Harris..., siempre dispuesto a aceptar personalmente el peso de todo el trabajo para depositario sobre las espaldas de los demás.


[...]


Lo sé, y así se lo dije. Le dije que no podía permitir que cargara con todo el trabajo.

–"No, tú consigue el papel, y el lápiz, y el catálogo, y George que escriba, y yo me haré cargo del trabajo".

Tuvimos que desechar la primera lista que redactamos. Evidentemente, la sección superior del Támesis no tenía envergadura suficiente para permitir la navegación de una barca del tamaño necesario para cargar lo que habíamos apuntado como indispensable. Así que rompimos la lista en pedazos y nos miramos en silencio.

George dijo:

–"Mirad, llevamos muy mal camino. No tenemos que pensar en todo lo que nos pueda servir, sino sólo en lo que nos sea imprescindible".

George es a veces bastante sensato, aunque parezca sorprendente. Su opinión fue la de un sabio, no sólo en lo que toca al presente caso, sino también en lo que se refiere al transcurso por el río de la vida en general. Mucha es la gente que, para realizar ese viaje, carga su barca casi hasta los topes, a riesgo de hundirla, con un montón de estupideces que considera esenciales para mayor placer y comodidad del viaje, pero que en realidad no son sino trastos inservibles.

Atiborran la frágil embarcación hasta la altura del mástil con ropajes delicados y grandes casas, con criados inútiles y una hueste de buenos amigos que les son indiferentes y les pagan con la misma indiferencia, con costosos entretenimientos que a nadie divierten, con formulismos y modas, con pretensiones y ostentación y con el más loco de los trastos, el cuidado por la opinión del vecino, así como con lujos empalagosos, con placeres aburridos, con una vanidad vacía que, como la corona de hierro de los criminales de antaño, hiere y obnubila a la cabeza que la sostiene.

Lastre, compañero..., ¡lastre, y nada más! ¡Tíralo por la borda! Agrega tanto peso a la barca que te hará desvanecerte sobre los remos. La hace tan lenta y peligrosa de pilotar que nunca conocerás un momento libre de ansiedades y cuidados, nunca alcanzarás un instante de descanso para el ocio soñador..., no tendrás tiempo para contemplar las ventosas sombras que se deslizan con ligereza sobre los bajos fondos, ni los brillantes rayos de luz que revolotean sobre las ondas, ni los grandes árboles de la ribera que contemplan su propia imagen, ni los verdes y dorados bosques, ni los lirios blancos y amarillos, ni la oscura ondulación de los juncos, ni las juncias, ni las orquídeas, ni los nomeolvides.

¡Tira el lastre por la borda, compañero! Que la barca de tu vida sea ligera, equipada tan sólo con lo necesario... un hogar sencillo, placeres simples, uno o dos amigos que merezcan tal nombre, alguien a quien amar y alguien que te ame, un perro, un gato, una o dos pipas, lo justo para alimentarte, lo justo para vestirte y un poco más de lo justo para beber, pues la sed es peligrosa.

Verás entonces que es más fácil mover la barca, que no correrá tanto peligro de zozobrar y que no importará tanto que zozobre; los bienes sencillos y de calidad resisten el agua. Tendrás tiempo para pensar y tiempo para trabajar. Tiempo para beber el sol de la vida, tiempo para escuchar la música eólica que el viento de Dios pulsa en las cuerdas de los corazones humanos que nos rodean, tiempo para...

Oh, lo lamento. Me había distraído.

Jerome Klapka Jerome, Tres hombres en una barca

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